miércoles, octubre 06, 2010

Una sonrisa para la eternidad




Te has ido sin volver, querida niña que un día te escondiste y a las llamadas no respondiste, juguetona y sonriente, entre pucheros de cocido, allá en tierra extraña.
Una piña se formó tras tu desaparición. Día a día, momento a momento crecía, llamándote a todas horas y tú, coqueta, jugabas mostrando tu encantadora sonrisa y apretando la manita.

Miles de amigos se unieron a los que en faz conocías, diciéndote que volvieses, que fiesta grande se haría. Entre bromas te llamaban, recordando mil anécdotas y tú seguías sonriendo, allá en tu escondite secreto, quien sabe si adornado de olorosos nardos y de mil recuerdos repleto.

Pero un día... alguien irrumpió con estrépito y tu piña se disolvió. Dejaste de sonreír y de moverte y ya nadie te sintió. Tu espíritu fue desvaneciéndose poco a poco hasta desaparecer, pobre niña que perdió la vida a manos de quien se la dió. Manos sin discernimiento, de oscuros fantasmas presas, maldición familiar que generaciones persigue, impidiendo la plena lucidez.

Tu sonrisa es ahora eterna, flotando entre nubes de algodón, ya sin pasión alguna que enturbie tu corazón. Estéril fue el esfuerzo. Más no, que tu sonrisa ha quedado grabada a fuego en mi corazón y ella me da fuerzas para seguir el camino, de espinas sembrado y de desesperación empedrado.


Teresa Coscojuela