EL PARNASO
Poesía, temas propios
viernes, junio 15, 2012
viernes, mayo 25, 2012
Y te sigo añorando...
Mi grito es un impotente lamento
arrancado de lo más hondo de mi corazón
herido de muerte por la sinrazón.
caballerete de cartón.
jueves, enero 12, 2012
Caballero de la Oscuridad
Tremendo cobarde,
que hasta a las palomas mensajeras,
su dulce cuello has tronchado.
¿Tanto me temes, pobre cobarde incapaz de ser hombre?
Tiembla, tiembla, cobardón con lanza de cartón,
payasete pintado de mil colores,
siempre en pos de unas faldas,
pero impotente para traspasarlas.
Tiembla ante una mujer, ya que hombre no eres.
Teresa Coscojuela
martes, enero 10, 2012
Corazón herido
"¿Cómo recomponer las heridas por una sola mente inglingidas?
Mente, pues de corazón carece quien así actúa.
¡Más, ay, no, que corazón tiene! Pero...
tan, tan dañado..."
Guerrera, no puedes con este desafío,
tu héroe está perdido porque lucha contra ti.
Tu ocaso ansía viéndote enemiga,
por más que por él dieras tu vida.
Corazón que dejó de latir no puedes revivir.
"Entonces el mío también está muerto"
¡Sea!
Teresa Coscojuela
miércoles, enero 04, 2012
Y sin embargo te sigo amando
Caballerito, falso amigo,
falso Caballero de cartón piedra,
sumergido en sus sueños,
allá perdido en quimeras soñadas.
Caballero de cartón,
de flor en flor libando
y arañando cada corazón,
no uno, sino cientos,
para la maldición.
Caballero con espada de madera,
amor rechaza siempre y a cambio da
dolor, pena y tristeza,
exigiendo una esclava, que no mujer.
Caballero que no soporta el igual a igual,
en su lid de superior a todos.
Pequeño guerrero,
con espada de madera, caballo de cartón
y viviendo en su sueño.
Teresa Coscojuela
domingo, diciembre 25, 2011
Y la arena y el agua no son nada...
Teresa Coscojuela
miércoles, noviembre 09, 2011
Tiempo agotado
Teresa Coscojuela
miércoles, septiembre 28, 2011
Dolor en el corazón
para evitar la maldición.
Teresa Coscojuela
domingo, agosto 21, 2011
Brumas
viernes, marzo 25, 2011
¡Mi Caballero!
lunes, marzo 14, 2011
Cuando te veo...
lunes, febrero 14, 2011
San Valentín. (Hace mil años)
domingo, enero 16, 2011
Te quiero
martes, noviembre 02, 2010
¡Muerte!
Cara a cara nos hemos visto más de una vez. ¿Recuerdas?
Ni te temo ni te amo.
Te tengo presente por conocerte,
faz sin rostro, bajo un yelmo oculta
que no permite del lamento la pena
porque la prisa del ser te obliga.
No te temo y te espero,
por enésima vez, a pie firme,
ya sin lloros, que las lágrimas,
ha tiempo que se agotaron.
A tantos te has llevado ¿y conmigo juegas?
No tengo tiempo de jugar,
pero si te empeñas lo haremos,
que para ti el tiempo no mide igual al mío
y presta me avengo a aceptar las reglas
de quien se muestra superior sin discusión.
Juguemos cuanto quieras,
que mientras tú juegas conmigo
yo juego contigo y te arranco lo que,
sin darte cuenta, te crea confusión.
Demasiado te conozco,
así que juega, porque cuando tu beso,
a darme te decidas, lo aceptaré sin temor
y no lograrás que sienta pena ni dolor.
miércoles, octubre 06, 2010
Una sonrisa para la eternidad
Teresa Coscojuela
viernes, agosto 13, 2010
Una tarea vana
sólo la mentira y el engaño has de encontrar.
Busca y busca con tus alas ya cansadas,
con tu disfraz de fiera para hacerte respetar.
Tarea vana e inútil pues la maldad
su sello pone cuando menos te lo esperas.
Una vez y otra tu confianza depositas
fíando en la naturaleza humana,
más ¡ay! que tal no existe de bondad
y sólo dos opciones tienes,
convertirte en alimaña
o cerrar los ojos para la eternidad del mañana.
Teresa Coscojuela
domingo, agosto 08, 2010
La ofensa
Palabras sabias afirman que no ofende quien quiere sino quien puede.
¿Por qué ofendido te dices constantemente?
¿Por qué tus palabras dejas en el suelo tiradas
y huyes negándote a hablar?
Tus errores niegas día tras día, año tras año
y a otros se los pones para ocultar tu engaño.
Alma infantil, pequeño guerrero
con espada de madera,
caballo de cartón
y viviendo en su sueño.
Despierta y mírate al Espejo.
Pero no mires tus canas,
mira sólo lo que has hecho.
Teresa Coscojuela
sábado, agosto 07, 2010
Pena profunda
¿Cuantas mujeres humilladas y engañadas
en ese engaño tuyo, tan sútil, prometiendo sin prometer?
¿Vive aún la pequeña cuya vida despreciaste?
¿O ya murió porque en una fría cama de hospital la abandonaste?
Caballero de la Oscuridad,
la felicidad persigues,
más nunca la encontrarás
porque humillas y desprecias,
porque ofendes diciéndote ofendido.
Porque mientes y engañas
al vencedor y al vencido.
A quien te ama y quiere tu bien
rechazas, escarneces y humillas.
Sólo admites a tus iguales,
de miseria y bajeza el mismo blasón.
Hoy mi grito de dolor es uno más,
unido a los de quienes te amaron.
Más el mío llora por ti, por tu infelicidad eterna,
pobre ser carente de corazón y de conciencia.
Teresa Coscojuela
martes, agosto 03, 2010
La falsedad
De los brazos de la Muerte la huída.
Búsqueda incansable entre las tinieblas.
Gozo y esperanza ante la nueva
de la vuelta del guerrero la alegría.
Más, ¡ay! que no fueron pesadillas
lo que entre sudores y tinieblas, inmovilizada te tuvieron.
Quien creíste adalid de la verdad, cierto es que
de la mentira va luciendo como enseña un maloliente paño.
Teresa Coscojuela
sábado, julio 31, 2010
La Muerte
Su mano fría secó mi sudor
noche tras noche.
Abandonarme yo quería,
para huir de la falta de alegría.
¿Para qué vivir
-me decía día tras día-
si la luz se apagó
y nunca más vería su gallardía?
Mi fiel corcel tironeaba,
a bocados me llevó al valle.
Más, ¡ay!, que no gozaba yo
del aroma de la hierba,
del frescor de la fuente,
del canto del jilguero,
del amor de la lumbre,
de la palabra amable.
Volver ansía mi alma
bajo el negro manto a resguardarse.
Sólo la negrura pondrá paz en mi corazón
cuando la luz de la ilusión
se perdió en un mar de pasión.
Pasión insensata y ciega,
entre mentiras creyendo,
e ilusiones soñando.
¡Muerte! ¡Ven!
Teresa Coscojuela
miércoles, julio 28, 2010
Una triste sonrisa
por todas partes te busqué
y sólo jirones de niebla encontré.
Faz entrevista en sueños,
entre el amor y la resignación,
del aciago fado ensoñados,
aceptando la maldición.
Eones de lágrimas que mis sábanas
han absorbido noche tras noche
mientras las estrellas titilaban,
allá en lo alto, con abnegación.
Noche, siempre compañera
que ocultas mi llanto a ojos indiscretos.
¡Luna!, tierna confidente
de aventuras sin fin,
amiga, ya en el mar, ya en lo alto,
junto a mí cabalgando.
Dos años entre la muerte y el dolor,
subiendo y bajando.
Sufrimiento inenarrable
y despreciado por mi amor.
Al fin tu caballo he visto galopar,
pero tú no lo cabalgas.
¿Qué te pasó, amor?
Triste es mi sonrisa,
pues no noto alegría en tu cantar.
Teresa Coscojuela
martes, julio 06, 2010
El Gran Blanco
Gran Blanco
Al hacer dicho intento, se encontró de pronto con medio cuerpo fuera del agua y propulsado hacia arriba y hacia adelante. Se había impulsado sobre algo que se movía deprisa hacia la orilla. Sus pies no resbalaron; por unos breves instantes pudo mantener un precario equilibrio mientras, borrosamente y como a un metro y medio a su derecha, y en la posición de las dos en un reloj, vió apenas, entre salpicaduras y a través de su miopía, otra masa sumergida. Y sobre ella, algo que surcaba el agua dejando una estela de espuma que pasaba por su costado derecho. Todo era caótico; vislumbraba la playa con los colores de las sombrillas, de la gente y de sus bañadores, formando un borroso calidoscopio que parecía muy cercano. Tenía que llegar allí como fuera. Tenía que alejarse de esta estúpida e incomprensible situación que le tenía bloqueado por un pánico incontrolable.
Y saltó. Sí, saltó. Se impulsó con todas sus fuerzas hacia aquella nueva forma que le ofrecía algo a lo que agarrarse, algo que surcaba el agua dejando una estela de espuma. Su pecho topó con algo duro y áspero, flexible pero firme. Sin saber cómo, se encontró asido a algo y se agarró como pudo a ello apretándolo a la vez contra su cabeza para no despegarse. Era como una tabla, una tabla de salvación que se movía y lo acercaba a la orilla. Entre sus piernas y muslos algo se movía de lado a lado produciéndole fuertes golpes, hasta que logró ponerse a horcajadas y apretarse fuertemente para no sentirse desmontado de esta improvisada y desconcertante cabalgadura. Las salpicaduras del agua salada y la espuma le tenían despistado y le impedían tomar el aire con naturalidad. Estaba tragando agua y no veía donde estaba. Pero estaba seguro de que se acercaba a la orilla... Algo le acercaba a la orilla.
Intentó afianzar su postura y quiso acercar las rodillas hacia su pecho mientras seguía a horcajadas sobre su montura. Quería protegerse, recogerse lo más posible. Una posición fetal, ¡sí, eso era! ¡Una posición como la de un jockey sobre su caballo! Pero la parte superior de sus muslos topaban con algo que le impedían adoptar dicha postura. Aguantó la respiración y consiguió subir una rodilla sobre dicho tope. Primero fue la derecha, y eso le hizo tener que agarrarse con más fuerza para evitar ser desmontado. Consiguió también repetir el movimiento con la otra pierna. La postura era extraña e inestable. Presionó con las rodillas como quien pasa de una posición fetal, similar a la del musulmán orante, a otra posición erguida sobre sus rodillas. Inexplicablemente ese movimiento hizo que su posición semisumergida se impulsara hacia arriba y quedara con el agua a la altura del pecho, sujetándose firmemente con ambas manos a algo estrecho justo delante suyo y que surcaba el agua hacia la playa.
Su visión escasamente nítida, propia de una alta miopía, no le impidió darse cuenta de lo inaudito de la situación. Estaba cabalgando rápidamente hacia la orilla, ¡cabalgando sobre un tiburón! ¡Y era grande! ¡Estaba sentado en el lomo de un tiburón, las rodillas sobre sus aletas pectorales y agarrotado más que agarrado a su aleta dorsal que tenía justo delante!
Empezó a chillar. No sabía si para pedir ayuda para su comprometidísima situación, o para avisar a los bañistas de lo que pasaba para que se protegieran. Pero chillaba. Gritos potentes y cortos. Las rodillas le permitían cierto control de la situación, conseguía mantener el equilibrio a pesar del movimiento de vaivén lateral cada vez más rápido. Pero además, cuanto más intentaba erguirse, más sobresalía el tremendo animal del agua. Casi intuía sus ojos a ras de la misma. La gente corría hacia la orilla a su lado... ¡Corrían! ¡Hacían pié!
De repente sus pies sintieron el contacto con la arena. La notó en sus empeines. Enseguida dejaron de avanzar. ¡Habían embarrancado! Pero él seguía asido con fuerza al animal que de pronto empezó a dar unas fortísimas sacudidas. ¡Lo iba a descabalgar! Se iba a caer al agua justo al lado de este monstruo. Se intentó abrazar a la aleta, ¡tenía que pensar!
No hizo falta. De pronto estaba rodeado de varios hombres que le sujetaron e intentaban agarrar al bicho. Tiraban de él con fuerza... Gritos, salpicaduras, bandazos, tirones... Hubo un momento en que perdió la noción de lo que pasaba.
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El aire susurraba agradablemente en sus oídos un ligero zumbido y movía suavemente su pelo. A su alrededor todo era azul claro y se sentía liviano. A su lado, una gaviota parecía suspendida en el aire. Sus plumas se mecían mientras su cabeza miraba a un sitio y a otro con rápidos y bruscos movimientos; como a saltitos. Miró hacia abajo. La playa, las sombrillas, la gente, la orilla,...
Estaba en el aire, flotando en el aire, sin esfuerzo, con una gaviota al lado que lo ignoraba... ¿Pero qué..? Había un grupo de gente, como un corro. No muy lejos, un gran pez en la orilla, y sangre, mucha sangre. ¿Y el otro? Había otro. El primero; desde el que consiguió saltar hacia ese que estaba ahí. No lo veía. Pero bueno, a éste lo han cogido. Han conseguido matarlo, parece.
Y oye su propia voz que le dice:
-Yo lo llevé hasta allí...-¿Yo?
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Cuando volvió a recuperar la consciencia estaba tumbado sobre una toalla, en la playa, boca arriba y rodeado de gente. Le pareció ver.., ¡sí era él! ¡Era su hijo Athos! Lo veía borroso pero era él. No le habían puesto las gafas, por eso no veía bien. Ahora se las pediría, estaban en su camisa al lado de la sombrilla. Se notaba dolorido y cansado, pero no especialmente. Aturdido sí; sin ganas de incorporarse ni de levantarse de momento. Thess también debía de estar por aquí.., y Nani, su otro hijo. Thess era su exmujer; la madre de sus hijos. Se habían reunido los cuatro después de tiempo, para ir a la playa. Un baño rápido antes de que llegue la hora de la avalancha, y a casa dando un paseo. Después, una comida familiar; de reencuentro y para darles una sorpresa. Su vida iba a dar un giro importante y quería comunicárselo.
-¡Athos! ¡Athos, hijo! Mis gafas. Están en mi camisa al lado de la toalla de tu madre... - pero no se oía a sí mismo. Estaba seguro de haber hablado en un tono de voz razonable, pero no oyó nada. Debían de habérsele taponado los oídos con toda esta odisea. ¡Un momento! ¡Sí; Athos le había oído! Se giró y se acercó rápido hasta casi abalanzarse sobre él.
-¡Papá, papá! ¿me oyes?- Tenía los ojos rojos. Muy rojos. Mira que le había dicho mil veces que no buceara sin gafas en esta playa. El agua no estaba demasiado limpia; a él a veces le producía hasta urticaria... Los ojos rojos y llorosos. ¡Ya había cogido alguna alergia..! Y es que por mucho que crezcan siempre seguirán siendo unos críos...
Poco a poco pareció dormirse. Los sonidos y colores de su alrededor se fueron apagando y difuminando sin poderlo evitar. Todo se volvió oscuro, de un profundo color azul casi negro. Ya no estaba cálido, ni notaba que estuviera apoyado sobre nada. Se sentía húmedo. Más que húmedo, empapado. Y el agua estaba fría. Lo notó especialmente cuando pasó por su garganta.., al respirarla.
No veía nada en aquella profunda oscuridad, pero sabía por donde iba. De alguna forma percibía todo lo que había a su alrededor. Alguna parte de su cuerpo parecía tocar algo a pesar de saberlo lejano. Y de algún modo también sabía que al lado de aquel lejano objeto grande había algo más pequeño que se movía. Y él sin saber ni cómo ni porqué, se acecaba hacia allí.
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Ya no podía aguantarlo más. Apareció en su vida cuando intentaba encontrarla de nuevo, y se agarró a él como a clavo ardiendo. Cuando se encontraba sola y desfallecida, él le tendió la mano. Pero ahora se había convertido en una carga.
No sabía como despegarse y hasta le daba reparo hacerlo. Le debía mucho, no podía hacerle daño. Seguro que esto se pasaría y no sería más que una crisis. En realidad no pasaba nada, todo era igual que siempre. O puede que eso fuera precisamente lo que ya no soportaba. Por eso aceptó la invitación de estos amigos. Le merecían toda su confianza. Nunca había pernoctado en un yate y era una oportunidad de probar esa experiencia. Se sentía nerviosa por ello, y tampoco sabía si se marearía ahí dentro. Pero le hacía ilusión la idea. Por eso le mintió.
Ignoraba lo que había pasado. Estaba dormida en el camarote de proa cuando sintió un tremendo ruido; como si la cabeza le hubiera estallado. Luego, no sabía cómo había terminado en el agua helada, intentando bracear para sacar la cabeza y respirar. Allí veía la embarcación, la popa, o así creía recordar que ellos llamaban a la parte de atrás. Parecía mucho más alta que cuando se encontraba a bordo. Curiosamente, también veía la hélice.., y estaba fuera del agua.
No veía a nadie más en el agua. El mar estaba tranquilo y había cosas flotando a su alrededor. Entonces pasó. Fue un tremendo fogonazo que le pareció a cámara lenta. El ruido lo sintió como si le hubieran apretado con fuerza los oídos de golpe. Pero le dió tiempo a meter la cabeza bajo el agua para evitar las llamas que venían hacia ella. Al sacarla de nuevo el panorama era muy distinto. Había humo. Ya no estaba la popa del barco. Y ahora sí veía a alguien en el agua, como a unos quince metros. Estaba boca abajo y no se movía.
De repente sí se movió. Fue un movimiento brusco, aunque no daba señales de vida. Se hundió de golpe y volvió a emerger. Inmediatamente recorrió deprisa unos cuantos metros hacia ella y se paró. Luego se repitió el movimiento hacia su izquierda. Mientras se movía pudo ver su cara que apenas sobresalía del agua. Era la pareja de Adrian, nunca se acordaba de su nombre. A su alrededor, el mar parecía tener un tono rojizo
El agua pareció agitarse a su lado y algo le golpeó la pierna derecha.
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Casi no oyó la sirena de la ambulancia en la que le transportaron hasta el hospital. Ahora ya estaba en una cama, en la UCI, conectado a una miríada de aparatos, pero no tenía conciencia de ello. El Gráfico de la actividad cerebral fue apaciguándose a medida que se veía de nuevo envuelto en esa especie de sueño que le vaciaba de sí mismo...
Ahora percibía -sin saber de qué modo- que se acercaba más hacia aquello que le pareció tocar a pesar de su lejanía. Hacía un momento que una tremenda sacudida había estremecido su cuerpo e hizo que avanzara aún más deprisa. Notaba un sabor en el agua que le excitaba y le impelía a moverse más rápido. Todo a su alrededor tenía un color azul cada vez más claro, y por arriba notaba aún más luminosidad.
De algún modo sabía que había movimiento en el lugar adonde se acercaba. Y ese agradable sabor en el agua se hacía más intenso. Ahora ya había mucha luz, hasta notaba el sol en su espalda mientras percibía la velocidad del agua recorriendo su cuerpo.., mientras avanzaba.
Ya veía algo. El agua estaba llena de restos destrozados, de tejidos que flotaban a media altura adquiriendo formas fantasmagóricas. Trozos de madera, de muebles.., y de cosas comestibles. Vió bancos de peces mordisqueando lo que parecían trozos de carne. Algunos con jirones de tela.
Una gran actividad llamó su atención cuando todo su cuerpo sintió, casi tocó, las vibraciones que producía. Se dirigió a comprobar de qué se trataba. Vió al menos tres peces grandes, tiburones, tratando de arrebatarse de forma frenética lo que le pareció una muñeca de trapo. De pronto dejó de parecer muñeca pues su melena rubia desapareció, junto con su cabeza, dentro de las fauces de uno de los grandes peces que se la disputaban. Otro de ellos se alejó del grupo y se acercó a algo que se movía en la superficie.
Vió claramente su silueta tratando de nadar. Era una mujer. Su cuerpo apenas cubierto con una sutil tela que impedía sus movimientos. De una de sus piernas se desprendía como un hilillo de color rojo. Le llegó su sabor. Con unos rápidos movimientos alcanzó una gran velocidad y se dispuso a aguantar el topetazo contra ese rival que se dirigía hacia el mismo lugar. Le dió de lleno bajo las aletas y lo impulsó fuera del agua por el fortísimo golpe. Cuando volvió a caer, de su boca y espiráculos salía sangre en abundancia. Su nadar, impulsado por cortos y rápidos movimientos de la cola, se volvió una espiral que recorría boca arriba, con la boca abierta. Los otros dos se abalanzaron sobre él arrancándole trozos de carne.
Todo esto le produjo una tremenda excitación. Nadaba rápido, nervioso, dando círculos y subiendo y bajando sin perder de vista el espectáculo y saboreando la mezcla de sabores que le venían. Pero no dejó de observar ni por un momento aquella silueta que flotaba envuelta en gasas, y que trataba de mantenerse a flote a duras penas.
Se acercó despacio, por debajo y girando alrededor de ella. Subiendo poco a poco, hasta que casi sacó la cabeza del mar. Su gran ojo negro la miró mientras ella apenas sacaba los suyos del agua. Notaba el sabor de la sangre que perdía por la herida de la pierna. Alguno de los otros había logrado morderla.
Ella alargó su brazo hacia él, intentaba agarrarse. Se acercó despacio y dejó que lo hiciera. Y así, con ella casi encima de su espalda, empezó a alejarse para llevarla a sitio seguro.
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Ella ya no podía más, había visto como su amiga desaparecía y aparecía delante de ella entre salpicaduras de agua y sangre. Estaba paralizada por el pánico. El golpe que antes le pareció sentir en la pierna empezaba a doler. A duras penas logró tocar su pie por ver si aún seguía ahí. Sabía que estaban siendo presa de tiburones, y que nada podía hacer. Tampoco podía moverse, estaba entumecida y tiritando. No sabía si de miedo o de frío. Estaba a punto de perder el conocimiento.
Y entonces lo vió. Su expresión relajada le ofreció confianza. Estaba ahí, sonriente, ofreciéndole la mano para que se cogiese. No sabía quien era ese hombre, pero se agarró a él. Era una milagrosa tabla de salvación. En cuanto lo tocó, desaparecieron el pánico y la sensación de estar en un mar rodeada de tiburones. Notó como avanzaban flotando... Fue cuando se desmayó.
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Tenía que nadar con cuidado de no descabalgarla, ella iba como dormida y por eso era él quien debía procurar que su cabeza permaneciera fuera del agua. Eso le obligaba a su vez a nadar con buena parte de la suya fuera, por lo que llegaba a verla sobre su lomo. Se dirigía hacia la costa, debía llevarla a tierra, la notaba fría y su pierna no dejaba de sangrar.
Buscaba una playa tranquila donde dejarla, aunque si no se despertaba podría ahogarse incluso en un palmo de agua. Debería esperar a la pleamar para intentar dejarla lo más fuera del agua posible, pero ello tenía el tremendo riesgo de que él no pudiera retornar al mar. Podría quedar varado a su lado y morir dándole la vida. Estaría dispuesto a ello tan sólo si tuviera la certeza de que ella viviría, pero no tenía esa garantía a la vista de su estado. De algún modo tendría que atraer ayuda hasta donde la depositara.
Ya no podía acercarse más, la arena rozaba su vientre y tenía buena parte de su lomo fuera del agua. Logró descabalgarla, pero ella quedó boca abajo. Así no podía respirar.., y no despertaba. Así que con unos coletazos la acercó más a la orilla. Ahora ya estaba totalmente apoyado en la arena y con medio cuerpo fuera. Pero no podía darle la vuelta para que su boca no estuviera sumergida. Si respiraba un par de veces agua, moririría sin enterarse.
Con tremendas sacudidas de todo su cuerpo, consiguíó avanzar un par de metros hacia la arena de la playa empujándola. Ahora sí quedó boca arriba y fuera del agua. Era una mujer hermosa, de una epléndida madurez. Y dormida, parecía un ángel.
Pero recordó que no estaba dormida sino muriéndose. Tendría que hacer algo y rápido. Aunque lo primero era conseguir volver al mar, no podía respirar.
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En el hospital la enfermera había alertado al cuadro médico. Los instrumentos habían empezado a pitar y el cuerpo maltrecho del herido se agitaba compulsivamente. Incluso dando saltos sobre la cama. No entendía como podía hacerlo a pesar de haber perdido las extremidades. Nunca creyó que esa persona saliera viva de allí. Era muy posible que ya ni fuera suya la sangre que corría por su mutilado cuerpo.
Los médicos ordenaron administrarle más relajante muscular y sedación. La cama estaba empapada. Algo debía de haberse derramado sobre el herido con tanto movimiento. Pidió ayuda para cambiarle las sábanas.
Sabía que el accidentado había sufrido un extraño ataque de tiburón. En la playa, ante la gente. Por lo visto aparecieron dos tiburones en la misma orilla. Uno escapó. A este pobre hombre le habían mutilado por completo. Su familia estaba en la salita de afuera desde entonces. Ya hacía dos días y el hombre aguantaba vivo de forma inexplicable. Tenía una expresión serena, afable y varonil. Claro que no lo vió consciente nunca.
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Estaba agotado. Al borde de sus fuerzas. Se había quedado casi boca arriba sobre la playa en donde apenas había un palmo de agua, y no conseguía volver al mar. La piel se le estaba secando y ya empezaba a dolerle. Desde donde estaba no podía verla y además tenía los ojos llenos de arena, pero la última vez que la vió aún estaba sin conocimiento tumbada en la playa. No entendía qué hacía aquí, preso en un cuerpo que no era el suyo y percibiendo cosas que no entendía.
Notó que la desesperación hacía mella en él y de alguna forma supo que no podía permitírselo. En un esfuerzo más, tensó sus músculos y empezó a arquearse con fuerza, hasta que casi empezó a botar sobre sí mismo. En uno de esos saltos el agua le llegó a cubrir la boca, pero no era suficiente. Para respirar necesitaba desplazarse, que el agua corriera por dentro de su boca y saliera por los espiráculos. No tenía forma de bombearla él mismo.
En vez de saltar, ahora intentó avanzar con fuertes coletazos. Avanzó algo, pero no suficiente. Notaba la falta de oxígeno en todo su cuerpo. Tenía que seguir intentándolo, no hacerlo significaba morir asfixiado. Pero sus músculos ya no le respondían igual. A pesar de ello siguió esforzándose.
Uno de los helicópteros había localizado algunos restos. Se recibió un aviso automático de socorro, pero al poco tiempo la señal desapareció. Esos restos podrían tener algo que ver con eso. La embarcación de salvamento no tardaría en llegar, no estaban tan lejos de la costa. Mientras, estaban a ras de agua buscando.
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De vez en cuando sacaba su ojo a ras de agua y borrosamente la veía tumbada en la arena sin moverse. Hasta que la marea no subiera de nuevo, no podría traspasar ese banco de arena que ahora le hacía imposible ir a ninguna parte. El trecho de agua en el que podía moverse no tendría más de doscientos metros, por lo que no hacía más que ir de un extremo a otro para que el agua pudiera pasar por sus branquias y respirar su alto contenido en oxígeno. De quedarse quieto, se asfixiaría.
Habrían transcurrido varias horas desde que consiguío dejarla fuera del agua, cuando le pareció ver movimiento en la playa. Parecía un grupo de gente que se dirigía hacia donde ella yacía. Intentó sumergirse más, pero no podía; su aleta dorsal y parte de su lomo tenían que ser visibles desde la orilla.
El aviso llegó al piloto del helicóptero que buscaba por la zona del naufragio. Tenían que dirigirse a la costa a recoger a un posible superviviente del siniestro. Comunicó a sus acompañantes que se prepararan para recibir a un herido. Por lo visto era una mujer; presentaba un mordisco en una pierna y un pésimo estado general. La habían encontrado en una playa a la que parece que le siguió uno de esos bichos.
Al despertar se vio rodeada de médicos y enfermeras. Uno de ellos se dirigió a ella amablemente diciéndole que ya pasó todo, que estaba bien y que se relajara. Le dijeron que estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos para vigilar cualquier cambio en su estado, pero que no tenía nada irreparable. Lo de la pierna era un corte y ya lo habían suturado, casi no le quedaría marca. Pero ella sentía frío y se encontrada muy mareada.
Cuando se alejaron pudo ver otras camas con enfermos. La más cercana ... ¡el corazón le dió un salto! ¡Esa cara! ¡Ese hombre era quien la había salvado, estaba segura! Quiso incorporarse pero no pudo, y poco a poco se fue desvaneciendo hasta quedar profundamente dormida sin apartar su mirada de él.
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Mientras, en la playa se había organizado una operación para capturar al tiburón. Era un formidable ejemplar de tiburón blanco, el gran blanco de algunas leyendas marineras. Aunque no parecía que el objetivo fuera capturarlo con vida. Varios de los hombres iban armados con escopetas, al margen de si iban de uniforme o no. Algunos uniformados trataban de poner orden y de alejar a la gente de la orilla pero sin éxito alguno.
Cuando el helicóptero volvió e hizo una pasada rozando al agua, justo por donde se veía la aleta sobresalir, se produjo el caos. El agua salpicaba alrededor del gran escualo mientras el fragor de los disparos se fundían con el del motor del helicóptero. Inútil resultaba el altavoz desde el que un policía intentaba calmar el desenfreno de los tiradores. El helicóptero tuvo que elevarse para no ser dañado por algún disparo perdido.
Sabía que de quedarse allí estaría perdido. Había sentido la mordedura del plomo de los disparos sobre algunas partes de su cuerpo. Nadaba frenéticamente de un lado a otro del corredor de agua en el que se encontraba atrapado. Empezó a notar el sabor a sangre, de su sangre. Uno de los disparos le perforó la aleta dorsal. Notó como parte de ella se volatizaba al recibir el impacto de una miríada de balines de plomo.
Así que lo hizo. Se lanzó hacia el banco de arena hasta quedar embarrancado en él. Tenía medio cuerpo fuera del agua y comenzó a agitarse y a coletear compulsivamente para intentar avanzar y llegar a aguas más profundas. Recibió más de un impacto y sentía que perdía sangre. Mientras saltaba, la sangre salía de su boca y de varias heridas a lo largo de su cuerpo.
Algunos de sus acosadores se habían adentrado en el mar hasta la cintura para asegurarse el blanco. Y lo estaban consiguiendo mientras él seguía esforzándose en avanzar desesperadamente con fuertes coletazos.
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Se despertó sobresaltada. Había actividad en la cama donde lo había creído ver antes. Estaba rodeado por médicos y enfermeras y parecía que intentaban sujetarlo. El suelo estaba totalmente encharcado de lo que parecía agua. Un impulso irresistible la empujó a erguirse. Sin apartar la vista de aquella escena, fue desprendiéndose de todo aquello que tenía conectado a brazos, pecho y nariz. Eso hizo que algo empezase a pitar de forma insistente. Una de las enfermeras se giró e intentó acercársele, pero resbaló y cayó en el charco de agua.
Ella logró ponerse de pie y se fue acercando despacio, descalza. Notaba el agua fría en sus pies. Entonces pudo verlo, tenía el cuerpo extrañamente pequeño y totalmente envuelto en tela blanca sorprendentemente empapada. Se agitaba de forma tremenda y desesperada, pero mantenía sus ojos cerrados. Los aparatos médicos a los que estaba conectado no paraban de soltar pitidos. De algún modo se hizo un hueco entre los que intentaban sujetarle y acercó su mano hasta que pudo tocar su pecho.
Sintió que estaba mojado y frío. De pronto se calmó y entreabrió sus ojos mirándola. Cuando él esbozó una sonrisa ella se estremeció y retiró súbitamente la mano. Creyó ver en su boca varias filas de dientes, pero enseguida reconoció esa sonrisa que le hizo avanzar hacia él cuando la salvó. Todo parecía que sucedía a cámara lenta. Distraídamente llevó la mano a la boca mientras le devolvía la sonrisa.., notó el sabor a agua salada. Volvió a acercar la mano a su pecho y él cerró despacio los ojos mientras no los apartaba de los suyos. Una repentina tranquilidad se apoderó de ella mientras los pitidos de los aparatos cesaron de sonar.
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En la playa la vorágine de gritos y disparos continuaba. Ya no había forma de que el animal pudiera escapar de allí. Estaba quieto y ensangrentado. La mitad superior de su cuerpo estaba fuera del agua y se veían las heridas de múltiples disparos. Parecía un gran juguete roto, con el agujero para colgarlo del estante justo en su aleta dorsal.
Algo le había paralizado y no eran los disparos. Había sentido su mano y visto su sonrisa. De algún modo, así había sido. Una tremenda tranquilidad le invadió al saberla viva. Sacó fuerzas de donde no las tenía y de tres soberbios coletazos superó la barrera de arena. Ya no le quedaron fuerzas más que para mover instintivamente la cola mientras iba ganado profundidad. Todo empezó a hacerse más oscuro a medida que poco a poco se hundía... Y una gran paz le invadió.
FIN
Epílogo:
En esa casita cerca de la playa vive una hermosa mujer desde hace años. Dicen de ella que está loca, que se quedó perturbada tras un accidente que sufrió hace tiempo. Las noches de luna llena baja a la playa, se desnuda y se interna en el mar. Debe de ser una magnífica nadadora porque no regresa hasta el amanecer. Hay quien dice que le pareció ver que nadaba al lado de un enorme pez, pues daba la impresión de ir cogida a una gran aleta que sobresalía del mar.., con un agujero en medio, como si de un disparo se tratase y por donde ella pasaba su mano.
Todos los años, en verano, recibe la visita de dos jóvenes, huérfanos de padre, y se van los tres a la orilla del mar. Se pasan horas mirando al horizonte.
lunes, abril 05, 2010
Los caballos
Teresa Coscojuela
domingo, enero 10, 2010
Sólo espinas
Mis rosas sólo tienen espinas,
jamás pétalos de seda palpé.
Mis sueños vacíos están.
La noche se agota y se acerca el alba,
traicionera y burlona,
sin descanso ni consuelo.
Mi noche no tiene estrellas
y la luna esconde su llanto.
Brumas de tristeza me envuelven.
Desazón y congoja van de la mano.
Mi corcel ha quedado triste y solo en el pesebre.
¡Ya no cabalgamos!
Algún día, además de espinas,
¿tendrán pétalos mis rosas?
¿Volverán Élbereth -iluminadora de estrellas- a llamarme?
¿Podrá mi corcel relinchar alegre,
para que, agarrada a sus crines,
vuelva a cortar el viento?
¡Nunca más sucederá!
Teresa Coscojuela Junio, 2009
domingo, enero 03, 2010
Cenizas
de lo que un tiempo lejano,
¿tan lejano? fueron risas
en un inquieto mar arcano.
Cenizas en nuestros cabellos,
cenizas en mi corazón
al recordar los momentos aquellos
que me enervaban de pasión.
Jamás fuiste dulce, ni yo tempoco lo fui.
Dos almas gemelas, luchando con tesón.
Más, ¡hay!, yo nunca huí,
mientras que para mi desazón,
tú, mi amor, sí.
¿A qué teme mi Caballero?
¿Quien lo mantiene preso?
Dime, amor, quien es tu Cancerbero,
que rauda te liberaré con un beso.
Teresa Coscojuela
sábado, diciembre 05, 2009
Mi Caballero
Mis sueños ya no arrulla el alegre relinchar de tu caballo.
Ni tus risas, sonoras y francas, me acompañan hasta el sueño.
Nos perdimos en un bosque de altas copas coronado.
Sin saber de tu suerte, al valle logré salir.
Día a día, hora a hora, luchando contra la profecía,
el recuerdo de tu rostro, a la vida me hizo acudir.
Rostro amado, por mis manos acariciado noche y día.
Mis dedos conocen cada centímetro de tu piel
y entre suspiros y sueños,
el recuerdo de tus besos me sabe a miel,
gozando en mis ensueños.
Vagando entre brumas y nieblas,
fue mi bravo corcel quien tironeó mi alma,
hasta que audaz me sacó de las tinieblas,
devolviendo a mi espíritu la calma.
Con gran empeño te busqué.
Todos los puertos visité.
A todas las puertas llamé,
y tu recuerdo amé.
Hasta que un día, allá en un rincón olvidado,
tu caballo al paso, sacudiendo airoso las crines,
me lanzó un alegre relincho disimulado
mientras paseabas por los jardines.
Los jardines Sabatini.
Tu orgullo de cicerone.
¡Y mis risas cuando me arrancaste el chal!
Los dulces helados en la plaza España,
Don Quijote y Sancho Panza,
testigos de nuestras risas sin artimaña
y cómplices de nuestra alianza.
Hoy te sigo en tus paseos, con el silencio del respeto.
Mi boca he decidido cerrar, como cerrado está mi corazón.
Tú lo cerraste y con la pequeña llave te quedaste.
No te la pido. Eres su justo dueño y el de mi sueño.
Teresa Coscojuela
martes, octubre 13, 2009
Leona brava
Con garras y colmillos,
alegre cabalgo,
ríendome de los pardillos
y de su hartazgo.
No se salva ni uno.
Ni ambicioso,
ni inoportuno,
ni tan sólo ovejuno.
Mi rugido, a la cobardía
infunde pavor
antes de que acabe el día,
por más que pretenda mor.
¡Cabalga airosa, Leona
y a tener cojones enseña
a quien en blanda lana
enterró su enseña!
Teresa Coscojuela
jueves, mayo 28, 2009
Las tres brujas
Tres, eran tres, como manda la tradición. Tres, eran tres.
Cada una mora en un punto del mapa y un triángulo trazan sus lineas.
La del Oeste recita un conxuro.
La Central la azuza con odio y maldad.
Y la del Este ríe histérica cerca de las olas del mar.
Guardiana del Espejo, que lo preservaste de la destrucción, cuando las Fuerzas Oscuras creyeron haber cumplido su misión; sigue luchando incansable para abatir la Maldad.
No más que con los justos tengas piedad.
Teresa Coscojuela
martes, mayo 19, 2009
Lágrimas
Lágrimas que fueron furtivas,
Caen hoy a raudales.
La mentira reina siempre
Y el disimulo persiste.
Dime, Luna, ¿por qué?
¿Por qué he de mentir yo,
para no sufrir,
si detesto mentir?
Lágrimas ardientes me ciegan
Y me anegan el corazón.
Ya nunca más lo voy a abrir.
Cerrado está para siempre.
(11 diciembre, 2006)
Teresa Coscojuela
domingo, mayo 17, 2009
Siempre lágrimas
¿O es la razón que miente al corazón?
Las lágrimas no saben,
salen libres a su antojo
y no hay grifo que abra y cierre
ante tanto enojo.
¿Enojo?
No. Sólo dolor y tristeza
al ser de espera un manojo.
Espera vana y absurda,
pues ya lo sabes, mujer,
pero no lo quieres saber.
Sobre nube de algodón
te has montado cual corcel
que te lleva galopando...
Hacia la nada.
04 enero, 2007
Navegando por la vida
Entre olas pequeñas y grandes,
mi nave se zambulle incansable.
Sonrisas causan las pequeñas
y alegres risas las grandes.
Maravillosa travesía
viviendo la vida,
apurando cada sorbo,
cada experiencia,
buena o mala,
¡todo es sabiduría!
Hermosa nao que las olas surcas,
meciendo mis sueños entre estrellas,
astros titilantes que me guiñan,
complices día a día.
El timón yo llevo,
mano extraña no osa tocar.
Y si me dejo llevar...
¡es de maravilla!
Valiente nao,
¡hasta el fin, día a día!
(18 mayo, 2008)
Teresa Coscojuela
Él
Hombre viril, lanza en ristre,
mala leche cuando quiere,
valiente como nadie,
incansable sí-no nos traemos.
Eterno gruñón adorable,
mil lecciones me imparte,
mil explicaciones,
con harta paciencia de sabio.
Nadie como él existe.
A su lado siempre estaré,
que no mora en la faz de la tierra,
nadie más inteligente
y más sabio conocedor de la gente.
A reír me ha enseñado.
A distinguir un piano de un teclado,
y un sótano de un tejado...
Adorable Caballero,
cabalgando junto a mí.
A veces nuestros aceros cruzamos.
Saltan chispas,
el cielo se ensombrece,
el bosque calla.
Pero los siete colores aparecen,
de repente, en el firmamento
y, como señal tácita,
¡cada uno vuelve a sonreír!
Rebelde soy,
con su paciencia acabo,
más su inteligencia,
de virtud es un dechado.
Y él puede con todo,
blanco o negro,
gris o azul,
verde, púrpura,
amarillo o marrón.
¡Nunca cimarrón!
(27 abril, 2008)
Teresa Coscojuela
Mi mar
Este es mi puerto,
este mi mar y esta mi playa.
Como mías son mis risas
y mías mis penas.
Mía es mi casa
y míos mis sueños.
Mis gatos dormitan felices
entre mis sábanas azules
y las gaviotas persiguen palomas
al otro lado de la ventana.
Sobre olas paso las noches
y entre zozobras los días.
Míos son mis sueños
y mías mis alegrías.
Blanco velero
que audaz surcas las olas,
mecido dulcemente
con la luna por corona,
guarda celoso tu secreto,
no se lo cuentes al viento.
Que la sirena no sepa
que las olas mezclan mis lágrimas.
Que el tiburón no se enoje
y la gaviota grazne de alegría.
No se lo digas al viento,
susurráselo sólo a la luna.
(Abril, 2008)
Teresa Coscojuela
Dama Blanca
Dama Blanca,
Dama de la Luna,
apresúrate a cerrar tu fortaleza.
Sube el puente,
baja el rastrillo.
Cubre las poternas
y ciega pasadizos.
No subas a las almenas
más que cuándo el búho cante,
No uses las palomas,
deja a tu fiel compañero en el establo.
Recorre las estancias
y enjuga tus lágrimas.
Tras los cristales, la lluvia,
cae constante, incansable,
las hojas del níspero brillan,
cual esmeraldas mojadas.
La parra se ve triste,
abatida sobre el cenador
y el limonero no crece,
vivir no le gusta, dice.
Las palomas vuelan
bajo el cielo gris, encapotado,
están inquietas y nerviosas,
presienten a la gaviota.
Tú has observado hoy su vuelo,
tres veces ya,
pero sabes que es ciego
y no te encontrará.
Ave carroñera y asesina,
simulando belleza en sus plumas,
en lo airoso de su vuelo,
en el dibujo de sus alas.
Pero la has visto atrapar una paloma,
con su fuerte pico y sus garras,
estrellarla y sacudirla contra el suelo,
y devorar sus entrañas.
Cae la lluvia incansable,
sobre el patio de armas,
sobre las escalinatas,
rezumando de las almenas.
Tus banderas y gallardetes
penden fláccidos de sus mástiles.
¿Qué ocurre?
¿Qué le pasa a tu caballo?
¿Por qué relincha de terror?
¡Por Thor!
¡Hay una brecha!
¡Ha conseguido llegar!
Te apresuras a vestir la cota
y empuñar la espada.
Inspiras hondo.
Y te encomiendas a Guilgalad.
(Abril, 2008)
Teresa Coscojuela
La Luna
La Luna me llama. Me voy con ella. Seré feliz allá arriba entre constelaciones silenciosas y lágrimas de cristal tallado. Nada mejor para mí. Para olvidar traiciones de dolor inmenso y abismal.
Pero... ¿De veras son traiciones? No. No lo son. Solo un vano espejismo de los sentidos. Nayade inocente que has querido surcar las aguas sin tener en cuenta que tus brazos son débiles y tu corazón mucho más.
¡Luna! Diosa de las mareas. Encumbras y hundes por igual. Amada y odiada al mismo tiempo, tu influjo es irresistible y tu poder soberano.
¡Oh, Luna! ¡Luna! ¡Oye mi lamento de dolor!
No me abandones ahora. Acógeme en tu regazo de plata y acúname con dulzura. Mi cuerpo hecho un ovillo se dará sin resistencia. Entonces podrás empuñar la daga y hacer cumplir la profecía.
Arcana profecía que nadie sabía. Pero que siglo a siglo se escribía. Con polvo de estrellas y parpadeos de tímidos luceros.
No escondas tu rostro, Luna de Plata. Levanta la vista y sigue adelante.
Solo cuando yo no esté... podrás hacer tu voluntad.
(Septiembre 2006)
Teresa Coscojuela
¡Vuelo de palomas!
La gaviota grazna de rabia
y la Dama Blanca
ríe feliz ante su impotencia.
Ha subido a lo alto,
a lo más alto de las almenas,
sus banderas y sus gallardetes,
airosos ondean al viento.
La paloma blanca,
un retrato ha traído,
en su pico de nácar,
orgullosa ha ofrecido.
Gira y gira la Dama,
en lo alto de la almena,
los brazos extendidos al cielo
y al sol mostrando su rostro
¡Vuelo de palomas!
La gaviota grazna de miedo.
Y la Dama ríe y ríe.
Corriendo baja la escalera
hasta el patio de armas,
donde su fiel córcel
relincha contento,
patea los cascos
en las piedras grises.
Ondean las crines al viento,
de plata relucen al sol.
¡Vuelo de palomas!
La gaviota chilla de terror
y la Dama Blanca,
tomando su espada,
alzando al cielo su cara,
musita un recuerdo
para el valiente Guilgalad.
Risas ayer, lágrimas hoy
Ayer reías feliz,
horas pasaste esperandóle,
cuando al fin llegó, Luna,
el cielo se iluminó.
Vuestras risas se juntaban,
se entrelazaban
como del jazmín las ramas,
como se mezcla la lluvia
con las gotas de la mar.
Lluvia de Perseidas
esperabas contemplar,
pero ahora bajas tu rostro
y lágrimas de sal te lo queman.
El eco de las risas duele,
sin compasión se te clava,
como se clavan sus palabras
acusándote de lo imposible.
Llora, Luna, llora,
es lo único que tienes,
sólo tus lágrimas
jamás te abandonan.
Las risas, bien preciado
por lo escaso,
no llegan solas, no,
pero las lágrimas
no necesitan compañía
para fluir a raudales,
para inundar de congoja tu corazón
y marchitar tus rosales.
Teresa Coscojuela
domingo, julio 08, 2007
ODA A PIEDRAPÓMEZ
¡Oh, insigne Piedrapómez!
Señor del brillo y esplendor,
con tu afán trabajador,
cada domingo te ufanas en entrar
en tu cueva de ratas y chanchullos,
más temprano cada vez.
¿No has pensado, Piedrapómez,
que tu trabajo no tiene ni tendrá fin?
¿Qué es el Caballero del bombín
quien valiente mueve ficha
y tú no eres más que un peón para tu desdicha?
¡Oh, insigne Piedrapómez!
Deja de hacer reír a las piedras,
piensa que nadie te quiere,
pues el rebaño descontento está también.
La Jurado polvo es,
pero sigue y sigue su agonía en portada,
eternas portadas con “actualidad”...
¡De hace más de un mes!
A nadie tienes contento
y tu obsesión es tu tormento.
¡Pobre infeliz,
ni siquiera tienes nariz!
La perdiste hace tiempo
por meterla a destiempo
¡dentro de un tamiz!
Y aquí el Caballero te da,
una vez más, su replica:
como cojín es a x
y me importa tres x
que me cierren la edición
Teresa Coscojuela